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Hagamos un ejercicio. Por ejemplo, mira lo que hay a tu alrededor. ¿Qué observas? ¿Es algo lindo? Tal vez te encuentres camino hacia tu trabajo o estás rumbo al colegio.

Presta atención a lo que ocurre cerca. ¿Escuchas el canto de las aves o la gente hablando? Toma un respiro. Inhala… exhala… Es posible que percibas los gases, producto de los avances industriales de tu ciudad. También es probable que captes el humo del tabaco que desprende el cigarrillo de algún fumador. ¿Sientes cómo se esparce por tu cavidad nasal y la contaminación te provoca dolor de cabeza?

Ahora mueve la lengua. Habla en voz alta lo que se te ocurra. ¿Aprecias cómo tu paladar toca el cielo de tu boca? ¿O cómo la punta de tu lengua choca con tu dentadura mientras salen las palabras de tus labios? Después pasa tus dedos por la página o por el dispositivo en el que lees esto. ¿Notas el calor en la pantalla de tu celular? ¿O las suaves fibras de tu página? ¿Lo sientes?

Algunas personas no siempre pueden hacer algunos de estos actos que consideras sencillos. Sigamos.

Digamos que un día te despiertas y notas que aún tienes tus extremidades, pero no te puedes levantar de donde estás; no es posible movilizarte sobre tus propios pies para ir de un lado a otro en la habitación. Tu corazón late, sí, aunque no sientes otras partes del cuerpo; estás vivo, sí, pero… No, no es parálisis del sueño, no.

Quiero contarte la historia de Julia, una joven cuyos sueños y esperanzas no han sido cumplidos del todo, aunque ella no se rinde. Sus palabras no siempre han sido escuchadas, pero continúa firme. Vino al mundo hace ya veintidós años en condiciones para nada felices: su nacimiento ocurrió junto con otro hecho que impactó a todos, su madre murió durante el parto.

Julia lucha cada día contra la parálisis que por muchos años impidió el movimiento de sus piernas. A pesar de esta realidad, su espíritu es inquebrantable. Con una eterna sonrisa, buscan formas ingeniosas de superar los obstáculos cotidianos. Sus amigos la ayudan y juntos descubren un mundo lleno de aventuras y posibilidades.

Un día conoció a Iván, un terapeuta con un enfoque innovador. Él vio su potencial y la motivó a seguir adelante. A través de mucha dedicación y esfuerzo, Julia empezó a fortalecer sus músculos y a dar algunos pasos con ayuda.

Con el tiempo, progresó más de lo que jamás imaginó. Su perseverancia y el apoyo incondicional de sus allegados le ayudaron a caminar por sí misma, demostrando que el poder de la determinación y el amor pueden sobrepasar cualquier adversidad.

«La única discapacidad en la vida es una mala actitud»: Scott Hamilton (músico de jazz estadounidense).

Hay quienes gozan de una existencia convencional y tranquila, pero otros han recibido un desconcertante giro: tienen una condición que modifica, no solo su vida, sino la de sus familiares, y en todos los sentidos.

Centrémonos en la discapacidad intelectual. Este es un término que se utiliza cuando alguien no tiene la facultad de aprender a los niveles esperados o que no siempre logra realizar las actividades más comunes y corrientes. «Es una condición de desarrollo caracterizada por un funcionamiento intelectual significativamente inferior al promedio y limitaciones en habilidades adaptativas», según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Estas personas pueden presentar problemas de comportamiento, como gritar de manera incontrolable o ser hiperactivos. También, mostrar falta de motivación y residir en completo aislamiento social. Saber que algún compañero o un desconocido no tiene la misma capacidad de pensamiento que nosotros, es algo realmente desolador.

Si estamos más atentos, podríamos darnos cuenta de los constantes esfuerzos que hacen las personas con discapacidad intelectual. Acercarnos hacia ellos, sin prejuicios, nos lleva a descubrir que son seres maravillosos.

Al incluirlos en nuestras actividades les brindamos un gran apoyo, les ayudamos a luchar contra sus batallas y les demostramos que para nosotros son muy valiosos y que ninguna circunstancia los hace menos importantes que nadie. Cuando formamos un vínculo con ellos y les ofrecemos lealtad y cariño, responden con todo su amor porque sienten que han encontrado a alguien en quien confiar y sostenerse.

Estos pacientes reciben terapias constantes con el fin de desarrollar su sistema nervioso. Para ellos también es de utilidad la intervención asistida con animales, ya que potencia sus movimientos voluntarios y aumenta su relación con su entorno. Además, incluir la estimulación cognitiva, que se lleva a cabo por medio del mantenimiento de las habilidades y los aprendizajes de lectoescritura, promueve en ellos las capacidades de la memoria, la atención y la concentración.

Otra de las terapias funcionales ocurre en una sala de estimulación multisensorial, donde se lleva a cabo una serie de sesiones guiadas por un profesional para que el paciente establezca una mejor conexión con su alrededor y con sus propios sentidos.

Es positivo incluir a personas con discapacidad intelectual en actividades como la jardinería o la cocina, ya que esto les permite trabajar en equipo, adquirir nuevas responsabilidades y otros conocimientos.

Las personas con discapacidad intelectual tienen capacidades especiales, no son personas sin capacidad. Ellos, como cualquier otro individuo, tienen talentos y dones que los hacen únicos. Esforcémonos por ver la otra cara de la moneda y formemos grandes amistades con estos espectaculares seres humanos.

Imagina esto: tu mamá te manda a comprar algunos víveres en la tiendita de la esquina. No ha transcurrido ni un minuto desde que saliste de la casa y no puedes evitar que te hierva la sangre. Porque empiezas a ser consumido por las miradas de personas de todas las edades; algunas son de burla, otras de temor, unas más llenas de confusión. Hay quienes no paran de señalarte. Lo que más te saca de quicio, es que algunos te examinen con pesar y lástima.

Te cuestionas a ti mismo. Es una pregunta que te carcome de manera constante: «¿Por qué no me miran como una persona normal?». Hay otra interrogante en tu interior: «¿Por qué no simplemente soy como los demás?».

Las personas, con o sin discapacidad, no podemos darnos el lujo de detenernos. Debemos poner cara a los diferentes obstáculos que a veces la vida nos pone en el camino. Entre todos debemos luchar contra los estándares de esa palabra tan abstracta llamada «normal». ¿Qué es normal? ¿Alguien tiene la potestad de determinarlo?

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) define a las personas con discapacidad como aquellas que tienen «deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que pueden obstaculizar su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones con los demás».

Pero ellas son mucho más que una deficiencia, son seres humanos a los cuales se les ha puesto ante sus ojos una pared, fortalecida con el acero de los prejuicios de un sector de la sociedad y en ocasiones ese muro los separa de cualquier posibilidad de triunfar. Esa es la triste realidad.

Ya sea por pena o por otras razones, el mundo cree que las personas con discapacidad no son capaces y usualmente solo se les permite hacer poco o nada; debido a esto, muchos no pueden tener un buen rendimiento académico como merecen al ser ciudadanos, mientras que a otros les es imposible siquiera dar un paso fuera de sus hogares sin que alguien los esté acompañando. Lo anterior, causa en ellos y en sus familiares un sufrimiento silencioso y los termina encerrando en un espacio sofocante.

Tales prejuicios ocasionan que varios se sientan miserables y que estén convencidos de que son una carga para sus seres queridos. Ellos tienen derecho a seguir adelante y a cumplir sus sueños. Muchos han sido capaces de cruzar esa gran barrera que los obstruye, como Stephen Hawking (físico teórico y astrofísico), Pablo Pineda (actor), Gaten Matarazzo (intérprete), Nick Vuijcic (conferencista) y Antonio Delgado (medallista paralímpico), entre otros tantos.

Exhorto a todos los lectores a que vean a las personas con discapacidad no como individuos débiles o desamparados, sino como lo que son: seres humanos como cualquiera.

Factores como la desinformación o la inmadurez nos llevan a juzgar y excluir a seres humanos que son exactamente iguales que nosotros.

En ocasiones, tendemos a rechazar lo que nos resulta «diferente», como a las personas que padecen de TEA, que significa trastorno del espectro autista, una discapacidad del desarrollo que ocurre durante la gestación embrionaria.

“Las señales de comportamiento del trastorno del espectro autista a menudo aparecen temprano en el desarrollo”, según indica el Instituto Nacional de Dificultades de la Comunicación de Estados Unidos. La persona con autismo puede presentar limitaciones para comunicarse en términos sociales y para expresar sus sentimientos a los demás. También existe un comportamiento llamado hiperfocalización, el cual consiste en dedicar su completa atención a una actividad en específica, aunque no en todos los casos es algo tan rígido.

Debido a su comportamiento, las personas autistas, en su niñez, tienden a confundir a los que no están familiarizados con el trastorno. Por ejemplo, pueden parecer groseros, desinteresados, distraídos o violentos, cuando estas acciones son parte de su condición. El hecho de que se perciba de esa manera se debe a la dificultad para comunicarse con los otros; en los casos más graves, es probable que no lleguen a un nivel “normal” para alguien de su edad, y en otros no pueden siquiera mirar a las personas que se dirigen a ellos. En ocasiones, tampoco saben hacer ciertos tipos de gestos como señalar o manifestar algo.

Hay quienes mantienen un monólogo a solas por horas, hablando de un solo tema sobre aspectos que conocen al detalle, como podrían ser las matemáticas o la música. Pero no es posible sostener una conversación con uno o más individuos en relación con esa misma temática.

En otras circunstancias es probable que experimenten ecolalia. Esto significa que durante una conversación repiten una secuencia de palabras que están alejadas de lo que la persona está diciendo. Estas frases recurrentes pueden estar hechas para comenzar una charla o pueden haberlas escuchado en un programa de televisión, una película o de alguna otra plática y sin más las ponen en práctica en un momento determinado. Una muestra es utilizar una frase como “Me llamo Juan” con familiares o amigos que ya saben su nombre. Hay veces que formulan preguntas, demos por caso, «¿Quieres algo?», para referirse a que ellos necesitan o demandan algo.

El espectro autista es muy similar a un arcoíris: es amplio y cada uno es completamente diferente al resto. Puede que sea difícil sobrellevar a alguien tan misterioso y sorprendente, pero siempre hay que tener el mejor punto de vista; si vemos todo desde la ignorancia, jamás vamos a colaborar a que reciban la mejor calidad de vida posible que merecen estas personas extremadamente especiales. El autismo, más que una discapacidad del desarrollo gestacional, es una característica única y auténtica.

Jess nació en Caracas (Venezuela) el 27 de junio de 1989 y actualmente reside en Costa Rica. Es una persona transgénero, migrante y autista, quien se convirtió en el primer ciudadano en plantear en el vecino país su cambio de género en su documento de identidad migratoria para extranjeros, conocido por sus siglas DIMEX.

Jess ha enfrentado numerosas dificultades, incluyendo ansiedad, depresión y ataques de pánico. Además, tuvo que renunciar a su trabajo debido a ser víctima de represión y abuso transfóbico (actitudes, sentimientos o acciones negativas hacia los transgéneros, la transexualidad o la diversidad de género).

Posteriormente, sufrió una lesión en las cervicales al caer en una alcantarilla sin tapa, lo que requirió dos años de fisioterapia para volver a caminar con la ayuda de un bastón. Poco después, fue diagnosticado con cáncer y necesitó usar una silla de ruedas.

Hoy en día, reside en un apartamento que no es accesible para personas con movilidad reducida y enfrenta dificultades para salir debido a la falta de infraestructuras accesibles en su sector y en la ciudad en general. Ni siquiera su residencia cumple con las medidas establecidas por la Ley 7600 de Igualdad de Oportunidades para las Personas con Discapacidad de Costa Rica, que busca el desarrollo integral de la población con discapacidad en condiciones de igualdad.

A pesar de todas las adversidades, Jess se mantiene fuerte y lucha por sus derechos y los de la comunidad LGBTI. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación Colectiva y ha fundado una pequeña empresa llamada AlterNativo Comunicaciones, así como una ONG llamada Transcendentes, ambas enfocadas en promover los derechos humanos.

Jess busca la posibilidad de existir en un mundo sin limitaciones. Sueña con poder moverse con facilidad en su vivienda, desplazarse por la ciudad, trabajar en un entorno accesible y recibir servicios médicos y de transporte adecuados. Además, anhela disfrutar de actividades sencillas como ir al parque, hacer un pícnic y descansar en compañía de su pareja, Mari, y sus gatos, Batman y Robin.

Más allá de los desafíos diarios, es un ser resiliente y decidido a crear un cambio positivo en su vida y en la sociedad. Conocer su historia nos muestra que es posible y necesario seguir adelante frente a los escollos. Agradecemos a Jess por dar visibilidad a la comunidad y por asumirse como realmente es.

Todos debemos crecer y adquirir los conocimientos necesarios para responder a una ancestral pregunta: «¿Quiénes somos?» Pero, ¿qué pasa con aquellos a quienes al llegar a otro país se les obliga a despojarse de su identidad cultural?

Migrantes. Palabra que seguramente has escuchado más de una vez o ha sido tema de conversación en la cena familiar, en la escuela o en el trabajo. Se puede definir, según el Diccionario de la Real Academia Española, como aquellos individuos que se desplazan de un lugar en el que habitan a otro diferente. Pero entender el alcance del término va mucho más allá de su definición.

En primer lugar, son abuelos, tíos, madres, padres, hijos, amigos o parejas que deben dejar atrás su nación y su familia por diferentes causas, como intentar encontrar paz, seguridad y mejores oportunidades en otro sitio lejos de su hogar. Llegan con sueños que muchas veces son arrebatados en fronteras con aires de desgracia, en selvas salvajes o en ciudades con seres humanos peores que los animales irracionales.

Los migrantes traen consigo admirables historias de lucha, que muchas veces son silenciadas o no queremos escucharlas. Sin embargo, yo vengo a contar la historia de Esther Martínez.

Con tan solo quince años, Esther salió de su país natal (el cual no puedo mencionar por su propia seguridad) para dirigirse con su familia al que llama su «país adoptivo», Nicaragua, donde estuvo ocho meses hasta llegar a Panamá.

Tiene más de un año y medio en el Istmo. Esther se siente agradecida por esta nueva posibilidad, aunque no puede esconder los sentimientos de rabia, tristeza e inconformidad que experimenta al recordar cómo algunas personas la hacen sentir diferente.

Me cuenta que de la boca de la señora que luce más inocente hasta de los labios del hombre más gruñón, han salido palabras de odio que solo traen amargos recuerdos para ella. Su madre le dice que no debe comportarse de manera arrogante, ya que nadie soporta a un extranjero malagradecido. Esther no sabe si debe seguir el consejo de su mamá o escuchar sus propios impulsos.

Lamenta que este país se declare multicultural, un crisol de razas, «pero en el fondo ni respeta a sus comunidades originarias». Si algún migrante hace algo malo, resalta, lo primero que mencionan en las noticias es su país de origen. Esther dice que donde vaya solo ven su pasaporte de color azul, su piel mestiza o se alarman al escuchar su acento.

“No me molesta ser una refugiada, sino que me tachen de la lista de la universidad por serlo». El problema, expresa, es no poder estudiar lo que desea porque aún no lleva diez años en tierras canaleras. «Me incomoda que la única forma de sentirme parte es perdiendo mi acento», añade.

A Esther le disgusta escuchar a quienes dicen que los migrantes le roban el trabajo a los panameños. «Mucho de lo que ha logrado este país es gracias al trabajo del extranjero, quien llega a luchar y toma los empleos que muchos nacionales no quieren», esclarece.

Y se queja de que algunas personas no sean empáticas e incluso se muestren indolentes ante los padecimientos de las personas que están lejos de su patria. «Cuando quieren herirte, olvidan lo que aprendieron de los libros de historia y sus palabras se vuelven como dagas en el corazón». Este grito de angustia de Esther es un llamado a reconocer la diversidad, ya que enriquece la vida de todos y nos hace una mejor sociedad.

La situación de los pueblos originarios de Panamá debe llevarnos a una reflexión como país. Estas ancestrales comunidades, portadoras de un profundo conocimiento de largos años, siempre han tenido un lazo irrompible con la madre tierra. Sus hombres y mujeres han combatido numerosos obstáculos en la búsqueda por conservar sus tradiciones en un mundo de constantes movimientos y de cambios sociales y tecnológicos.

El espíritu de los pueblos indígenas fluye con la misma fuerza que tuvieron sus antepasados. A través de sus idiomas y sus costumbres llevan consigo el alma viva de su historia, una historia que amerita ser honrada y respetada por todos nosotros. En cambio, la verdad es que este sector de la sociedad se ha visto afligido por el daño a sus recursos naturales a manos de personas ambiciosas y ajenas a sus territorios, como señala la International Work Group for Indigenous Affairs Global (IWGIA).

El eco de la devastación resuena en sus comunidades. La deforestación y la explotación excesiva de los recursos naturales han dejado una herida honda a este sector, arrebatándole a los pueblos originarios su forma de vivir y trastocando su relación con su herencia.

En marzo del año 2022, Naciones Unidas expresó su preocupación frente al progreso industrial desmedido y exigió respeto al derecho de la autodeterminación de estos grupos sociales. La tierra que una vez les ofreció alimento y protección a sus hogares, les está siendo despojada de manera constante, dejando a su paso dolor en sus vidas y en sus corazones.

Sus almas se niegan a rendirse. Estos pueblos levantan sin descanso su voz en busca de justicia y respeto, pues necesitan tener potestad en lo que dicen y deciden, para que la pelea por el futuro de sus territorios no sea en vano y siga siendo un valioso legado cultural para su descendencia y para el resto del planeta.

La falta de acceso a servicios básicos esenciales es otro desafío que enfrentan estas comunidades. Las escuelas de premedia y media muchas veces están a larga distancia de sus casas y la poca atención médica ha dejado una profunda huella en su bienestar y en su futuro. Ellos hacen un llamado a favor de recibir una educación de calidad y un óptimo acceso a la salud para sus familias.

En cada sonrisa y en cada mirada de determinación, se percibe la esperanza de un mejor mañana con el que sueñan los pueblos indígenas de Panamá. Para ellos está prohibido rendirse. Ellos persisten ante cualquier adversidad. Se apoyan mutuamente y encuentran fuerza en su herencia compartida. Juntos trabajan de manera incansable para preservar y promover su cultura a través de festivales y actividades que hacen brillar su esplendoroso patrimonio.

Es imperativo que se les brinde el apoyo necesario para que prosperen. El respeto y la protección de sus tierras y de sus tradiciones, así como la promoción de su bienestar deben ser prioridades inquebrantables para el Estado panameño. Solo a través de la solidaridad y el compromiso conjunto podremos asegurar un futuro en el que los pueblos originarios sean reconocidos y valorados en toda su grandeza.

En este capítulo de la historia, en el devenir de los pueblos indígenas en Panamá, es nuestra responsabilidad ser su voz, ser sus aliados y caminar a su lado.

Cada día al despertar, nos levantamos, abrazamos a nuestros seres queridos y nos dirigimos a realizar nuestras labores cotidianas; sin embargo, esto no es tan sencillo para todos. Existe una población que producto de un accidente, una enfermedad, un derrame cerebral o una amputación tiene dificultad para llevar a cabo las actividades diarias o movilizarse de forma independiente. Varios deben utilizar una silla de ruedas, un medio utilizado por las personas con problemas de locomoción para poder desplazarse de un lugar a otro, tal como señala Joslyn Guerra en el Atlas Social de Panamá.

La Ley No.42 del 27 de agosto de 1999, en su artículo 3, define el término discapacidad como una “alteración funcional, permanente o temporal, total o parcial, física, sensorial o mental, que limita la capacidad de realizar una actividad en el ser humano”, como nos recuerda una información proporcionada por la Caja de Seguro Social en su sitio web.

De acuerdo con cifras del 2016, proporcionadas por el Departamento de Integración Socioeconómico de las Personas con Discapacidad del Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral (Mitradel), un 11,3% de la población del país, lo que equivale a unos 370 053 panameños, padecen algún tipo de discapacidad, según podemos leer en un reporte de Emilia Zeballos para el periódico El Siglo.

La inclusión de las personas con discapacidad en Panamá está lejos de lograrse de manera plena. Este sector suele tener menos oportunidades, su acceso a la educación puede ser calificada varias veces como deplorable y con frecuencia sufren las tasas de pobreza más altas del país.

Pongamos el foco en aquellos que utilizan sillas de ruedas. A ellos se les dificulta trasladarse por las aceras de Panamá debido a que estos espacios públicos están incompletos o no están aptas para aquellos con movilidad reducida. Y cuando hay aceras en buen estado, cabe la posibilidad de que estén obstaculizadas por vehículos estacionados donde se les antoja a sus dueños.

Temístocles Díaz, exministro consejero en Asuntos de Salud, dijo en una ocasión al periódico Mi Diario, que la capital panameña no ofrece una ciudad amigable para esta comunidad en crecimiento.

Más allá de las dificultades que afrontan, no debemos caer en el error de creer que son inferiores y que no pueden vivir de forma independiente. La panameña Fanny Wong es un ejemplo digno de que sí se puede lograr.

Sin importar el hecho de que padece de una parálisis desde los cinco años, Fanny decidió continuar sus estudios y convertirse en una activista a favor de las personas con discapacidad. Además, ha publicado libros, ha participado en diversos programas de televisión y ha colaborado en la creación de leyes en pro de este grupo de ciudadanos. Por lo que es una muestra de la gente valiosa que tiene la sociedad panameña.

En Panamá se han hecho cambios y acciones en beneficio de las personas con limitaciones físicas, como leyes, decretos e incluso el desarrollo de tecnología. También mejoras a la infraestructura en algunos puntos de la capital, con el restablecimiento de aceras con líneas de seguridad y puntos podotáctiles que anuncian una intersección, así como señales audibles.

Lo anterior, ha permitido que poco a poco esta población se sienta más incluida dentro de la sociedad. Sin embargo, hay que señalar que no hemos terminado de asfaltar ese camino que nos falta por recorrer para que, no solo quienes se movilizan en sillas de ruedas sean objetos de derechos, sino también cualquier otro ser humano que padezca cualquier tipo de discapacidad.

Ricardo nació el 14 de enero del año 2010. Fue el primer hijo varón de la familia y todos esperaban con emoción el día de su llegada al mundo. Aunque el embarazo de su mamá estuvo lleno de complicaciones, él resultó ser un niño sano y fuerte.

Su crecimiento transcurrió con normalidad hasta los dieciocho meses, cuando sus padres empezaron a notar cambios en su comportamiento, como el hecho de que había dejado de hablar. Al descubrir esto, decidieron llevarlo a varios especialistas, pero ninguno sabía con claridad su diagnóstico.

Después de muchos exámenes, conocieron a la doctora Carmen Báez, quien dio con una valoración acertada: presentaba trastorno del espectro autista (TEA), una condición con características como la pérdida del habla o la irritabilidad de la persona ante sonidos fuertes.

El dolor de la noticia llenó los corazones de todos sus seres queridos, ya que no tenían idea de cómo lidiar con esta nueva realidad. Se sentían a la mitad de un camino oscuro, sin saber a dónde ir. Pero fue en ese momento donde inició el sendero de la familia para entender el autismo, y de paso, reformularse cuál era el sentido de la vida.

La familia de Ricardo siempre ha sido de lazos fuertes, y sin importar que el momento de la noticia fuera desgarrador, ellos nunca se rindieron. Estaban unidos para que Ricardo mejorara. Se encontraron con personas con un alma enorme que veían más allá de la condición a un chico lleno de oportunidades. Por el contrario, había otras que sólo miraban a un pequeño supuestamente incapaz, “un niño que no lograría nada”, dijo alguien en una ocasión. En contra de cualquier diagnóstico, sus padres sabían que juntos encontrarían la luz al final del túnel, porque los milagros ocurren cuando menos se esperan.

Los malos momentos que atravesó la familia de Ricardo fueron muy duros; tan difíciles que no me alcanzarían las palabras para explicar el sentimiento de angustia que atravesaron cada vez que el pequeño tenía un ataque de estrés. Sus padres empezaron a entender que las heridas internas duelen más que las externas, porque ver a un hijo en ese estado, sin resultados al tratar de calmarlo, hace cuestionarse qué tan bueno se es como adulto responsable de la salud de un chico.

Sus progenitores se concentraron en lo bueno. Claro que no siempre fue así de fácil. Hubo circunstancias donde se cuestionaron qué tan bien saldrían ante tamaña prueba y lo único que tenían para seguir luchando era su fe en el mañana. Independientemente de todo lo malo que atravesaron, nunca perdieron la esperanza, ya que hubo momentos donde Ricardo logró hacer increíbles maravillas.

El tiempo pasa. Su familia aún sigue en el proceso de entender el autismo, pero se dieron cuenta de que el sentido de la existencia para ellos es ver lo positivo de la vida; porque a veces esos detalles lo pueden cambiar todo y son el motivo de las lágrimas y la razón de la felicidad. Cada quien decide qué sentimiento ganará al final.

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